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Misterios Luminosos, meditaciones del Santo Rosario

Los misterios que se meditan en el Rosario nos permiten conocer y comprender las escenas de la vida de Jesús y también de la misión de María. Las meditaciones escritas por el P. Antonio Mezquiriz, de la congregación de los Hijos del Amor Misericordioso, nos ayudarán a contemplar con mayor profundidad el rezo del Santo Rosario.


Misterios Luminosos


Primer misterio: El Bautismo en el Jordán


«Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco"».


¡En quien me complazco!, esa debería ser la exclamación que nuestra vida tendría que provocar en el Señor. Sabemos que nuestro camino es un continuo fluir de vivencias y todas y cada una de ellas son oportunidades para que Dios proclame esta aprobación.


Esa afirmación que se escucha con los cielos abiertos en la que todo el mundo logra oír que “Este es mi Hijo amado” no es escuchada o tenida en cuenta por todas las personas, cristianos incluidos. Dios así nos muestra a su Hijo en quien todos esperaríamos con gozo reconocer nuestro ser hijos.


El Espíritu es el punto de unión, el nexo,es la manifestación concreta de esa visión beatífica de la Trinidad en quien todos nos gloriamos.


Sí del cielo viene tan Maravillosa proclamación miremos siempre hacia él. De él vienen las realidades de Dios, y no lo digo literalmente sino con visión espiritual, esperemos siempre en Dios que está proclamando constantemente su amor por cada uno de los que vivimos.


Segundo Misterio: Las bodas de Caná


«Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: "No tienen vino". Jesús le responde: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora". Dice su madre a los sirvientes: "Haced lo que él os diga"»


Estaba la Madre y como todas, esta de manera especial, sabe ver más de lo que aparentemente estaba ocurriendo. Todos disfrutando de la fiesta y los sirvientes agobiados porque no tenían vino para seguir la celebración.


¿Se habría sobresaltado María con aquella respuesta primera de su hijo?, no lo se, lo que sí está claro es que ella no cesó en su empeño. Podríamos tomarnos la licencia de decir que María se lo puso fácil a Jesús. Lo dejo todo listo para que Jesús actuara.


Aquí vemos la grandeza y la humildad de María. Deja todas las cosas listas para que Jesús pase delante de ella. Nuestra Madre la Virgen sabe como presentar las necesidades de las personas al Buen Jesús y ser medianera de esas gracias que Él nos hace llegar porque realmente son vitales.


El Buen Jesús nos enseñó: llamad y se os abrirá, pedid y se os dará, buscad y encontraréis. Jesús encontró otra vez más esa clara confianza de María en Él. Ni una pizca de duda.


Tercer Misterio: El anuncio del Reino de Dios


"El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio"


“Espera, espera, espeeeera”, esa es la tentación que en ocasiones el Tiñoso nos presenta para que ante la urgencia del anuncio del Evangelio nos quedemos tranquilamente sentados en nuestros sofás.


“Tranquilo, no corras, no te precipites, piénsalo antes de actuar” y si es cierto que la prudencia es una virtud la inacción, más abundante en la actualidad, es claro síntoma de falta de Fe, manifestación de falta de esperanza y carencia de Misericordia por el hermano herido que necesita de Caridad sin límites.


¿A qué vienen esas prisas? Jesús nos dice que el celo por el templo lo devoraba, que no podía dejar pasar. Bien sabemos que hay una Realidad que nunca cambia, es que si perdemos la oportunidad de manifestar la Misericordia del Buen Jesús, esta no vuelve jamas.


Sumémonos al proyecto de Dios, pero no de cualquier forma. Acrecentemos nuestra Fe.

Todo esto necesita de una conversión, transformar nuestra existencia a la luz del amor de Dios que no se cansa de animarnos una y otra vez y que pone todo de su parte su le damos espacio y adquiramos ganas de ponernos a trabajar.


Cuarto Misterio: La Transfiguración


«Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.»


El Señor me lo dio, el Señor me lo quito, bendito sea el nombre del Señor.

Que momento tan intenso y sorprendente el de la contemplación de la Transfiguración del Señor. Que oportunidad vivida no por méritos propios sino como preparación para el misterio del Dolor en el huerto de los Olivos.


Deseos tan grandes de permanecer en esa presencia Divina y al mismo tiempo que cura de realidad del mismo Señor que les invita a permanecer también en oración, en vela siquiera una hora mientras el sufre. Aquí piden permanecer, en Getsemaní el el mismo Buen Jesús el que lo solicita, y no somos capaces.


Este pequeño momento de gloria es manifestación de que Él es un Dios de vivos y no de muertos, allí se nos muestra en compañía de Moisés y de Elías recordándonos lo que es necesario aceptar para estar en su compañía en el Reino de los Cielos.


La Humildad de Jesús es el camino hacia la Gloria. Que las pequeñas muestras de Dios triunfante sean aprovechadas por todos para el momento de nuestro encuentro definitivo con Él.


Quinto Misterio: La institución de la Eucaristía


«Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: "Tomad, comed, éste es mi cuerpo».


Podía haber sido de otra forma. Una acción grandiosa, tan innegable que no hiciese falta Fe. Algo tan significativo que no hubiese duda alguna en toda la historia de la humanidad. Pero no. Eso le engrandece, porque haciéndolo de esta forma se hizo accesible para siempre haciéndonos humildes como Él para aceptarle.


Sus palabras resuenan todos los días, desde entonces, y cuanto mayor sea el clamor o ruido que intente acallar este susurro confiado mostrándonos cómo se quiere quedar para siempre, con más fuerza resonará.


Pero no quedan solamente sus palabras, sino también la invitación a compartir con él, el convite, ese banquete en el cual tenemos la oportunidad de llenar, no nuestro estómago sino aquello que nos va a permitir vivir una vida más allá de lo material, la vida eterna. Él es el pan del cielo que ha bajado para darnos vida y vida en abundancia; para ser donantes de aquello de lo cual hemos sido testigos.


El Amor Misericordioso se nos manifiesta siempre en los detalles pequeños y al habernos invitado a cada uno de nosotros a compartir su banquete nos hace darnos cuenta del amor que nos tiene personal y comunitariamente.




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