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Misterios Dolorosos, meditaciones del Santo Rosario

Los misterios que se meditan en el Rosario nos permiten conocer y comprender las escenas de la vida de Jesús y también de la misión de María. Las meditaciones escritas por el P. Antonio Mezquiriz, de la congregación de los Hijos del Amor Misericordioso, nos ayudarán a contemplar con mayor profundidad el rezo del Santo Rosario.


Misterios Dolorosos


Primer misterio: La oración en el Huerto


«Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a sus discípulos: "Sentaos aquí mientras voy a orar". Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: "Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo". Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú"» (Mt 26, 36-39)


No nos cuesta compartir la alegría con todo el mundo, el gozo. Poder dar buenas noticias y disfrutar esos momentos nos lleva a una comunicación fácil y dichosa. Otra cosa es el dolor, el sufrimiento. Eso lo solemos esconder más. Parece que nos da vergüenza el reconocer que sufrimos tanto dolores físicos como morales o espirituales. Esto lo reservamos a unos pocos, a los que consideramos que son de nuestro entorno más íntimo. Aquí es donde nos encontramos con Jesús y sus discípulos. Donde Él también propone encontrarse con cada uno de los que escuchamos su súplica: “Velad conmigo”. Jesús nos quiere solicitar nuestro auxilio y al mismo tiempo nos recuerda que para seguirle tenemos que aprender a soportar nuestra cruz de cada día.


El Buen Jesús nos muestra su rostro sudoroso y sanguinolento en el Huerto de Getsemaní, nos manifiesta tanta confianza que nos llama como a sus amigos más queridos. ¿Aceptamos esta cercanía de Cristo sufriente?, ¿le sabemos responder a su confianza con la nuestra para hacerle partícipe de nuestros pesares?, ¿dónde o con quién buscamos consuelo?.


Aprendamos a vivir el sufrimiento como Jesús, confiando nuestra vida a la Voluntad de Dios sabiendo que el es un Padre Bueno y una Tierna Madre.


Segundo Misterio: La flagelación de Jesús atado a la columna


«Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado» (Mt 27, 26)


Qué es lo que sucede cuando en verdad, en vez de dejarnos liberar por nuestro Buen Jesús, médico y consejero, nos dejamos liberar por ese Herodes que a veces tenemos en nuestro interior. Recordemos que Herodes, ante la verdad, miró hacia otro lado, porque no le convenía. No quiso reconocer a a Aquel que era la vida y dejó que se marchara el asesino. El que había violado la ley, el que había dejado de lado el mandamiento primero, abandonando a Dios y al hombre que de él viene.


María lo contempla… lo medita…

y ve desgarrada como la inocencia de muchos es vapuleada, maltratada y vejada, y se apiada, se entristece y su corazón se parte ante tanto mal, sufriendo ante el daño a su Hijo.


Habrá ocasiones en las cuales nosotros seamos ese Jesús vapuleado y flagelado. Habrá ocasiones en las cuales seamos ese barrabás liberado, ese mal que a veces sale de manera brusca nuestro interior y que no deja de herir. Habrá ocasiones en las que seamos Herodes, propiciando que salga de nuestro interior y del de los demás lo peor. Seremos también María que contempla dolorosa ese momento y que ruega a Dios por nuestro bien y nuestra conversión.


Elijamos bien por quien apostamos: Herodes y Barrabas o Jesús y María.


Tercer Misterio: La coronación de espinas


«Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en su mano derecha una caña, y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: "Salve, Rey de los judío"». (Mt 27, 27-29)


Qué sería de nuestra vida sin esos momentos alegres de reconocimiento en los cuales como Jesús entramos en la ciudad de Jerusalén con toda la gente a nuestro alrededor animándonos, vitoreándonos y diciendo lo bien que hacemos las cosas y lo guapo que somos.


Pero Jesús nos enseña también otra manera en la cual se manifiesta su realeza más perfecta y en la que tenemos que participar porque si no, aquello que manifestamos al principio (esa alegría, esa satisfacción) solamente podría ser una manifestación de soberbia o de orgullo.


Es el participar en esos momentos en los cuales nuestra corona es la de espinos poniendo freno a ilusiones vanas, nuestro cetro es esa vara que nos permite seguir sustentándonos tambaleantes ante la debilidad y la flaqueza del peso de nuestros propios pecados o de las culpas que sobre nosotros puedan recaer manteniendo la Fe y la Esperanza; es también esa capa que se apega a las heridas de nuestra carne que nos duele, ya que no solamente, cuando nos cubre, por esas llagas abiertas que son experiencias concretas, personas conocidas, culpas por errores propios, sino que también al ser despojados de ella para que se manifieste nuestra desnudez ante el Señor que perdona todo, para cubrirnos con el manto nuevo de gracia y que nos resquebraja por dentro y por fuera hasta sentir el bálsamo de la dulzura y la misericordia de Dios. Algo que no tenemos que olvidar, Jesús no vivió.


¡Vivió el total abandono humano!


¿Aceptas las dos realezas, desestimas alguna?, ¡lleva esta meditación a tu corazón!


Cuarto Misterio: Jesús con la Cruz a cuestas camino del Calvario


«Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Lo condujeron al lugar del Gólgota, que quiere decir de la "Calavera"


Cuando llega el final de nuestra jornada, es el momento idóneo para poder descansar, relajarnos un poco, volver a encontrarnos con todos los nuestros, nuestra familia, nuestros seres queridos, y cuando parece que el día está terminando la Providencia nos invita a hacer algo que sale de todo aquello que podemos llegar a imaginar. Hoy Simón de Cirene nos muestra lo incómodo que es aceptar el estar acompañando a una persona moribunda, a una persona que sufre en soledad, desechada de todos y por cuyo servicio el pago va a ser la muerte. Nos avergüenza acercarnos a esta realidad de la muerte porque parece que el mundo nos mira y nos señala por atrevernos a encararla.


Aceptar soportar el sufrimiento de quien la está viviendo y acompañar hasta el final amando y considerando que aquella persona que sufre es para nosotros la misma imagen de Cristo que cae abrumado por el peso de la cruz y que humanamente ha perdido las fuerzas para continuar.


Sin embargo, si queremos, ahí está Él, animándonos a ayudarle a cargar su cruz que es también la nuestra y a llevarle a ese espacio privilegiado desde donde va a reinar el Amor Misericordioso, por los siglos de los siglos. El lugar de muerte Llamado Gólgota se reviste para entronizar al que en medio de la muerte proclama que al final es la vida y la resurrección.


Quinto Misterio: La crucifixión y muerte de Jesús


«Llegados al lugar llamado "La Calavera", le crucificaron allí a él y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen"... Era ya eso de mediodía cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la media tarde. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito dijo: "Padre, en tus manos pongo mis espíritu" y, dicho esto, expiró»


En ningún momento de su vida terrena Dios Padre se avergonzó de su Hijo, ni en su divinidad velada ni en su humanidad manifestada a través de la Encarnación y en estos momentos de su Crucifixión y muerte.


Sus palabras están dirigidas a ti, y las dice por ti. Por su amor incondicional a quien eres asumiendo incluso tus maldades para derrumbar el muro que has creado en tu interior y sanarte de raíz. ¡Reconócete en esas palabras! Sino no tenemos nada que ver con Él. Se humilde y agradecido. Descubre tu indigencia espiritual y mira al trono desde donde Jesús está dictando esta súplica al Padre por ti. ¡Padre, perdónale. No sabe lo que hace!


Ese sol que tantas veces había permitido al Señor manifestar su grandeza en la continua manifestación del Amor y dulzura De Dios no quiere iluminar nuestra mayor ignominia e ignorancia. Solo desde las sombras se puede entender la ilógica del mal que somos capaces de propiciar a nuestro Dios y Señor Jesucristo.


Y llega su ofrecimiento final. Ojalá también este sea nuestro final e INICIO. Ojalá sepamos así culminar toda nuestra vida. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.




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